domingo, 21 de octubre de 2012

Periodismo gonzo: Crónica universal

Periodismo gonzo: Crónica universal

El chasquido de la pesada puerta de vidrio te delata sin escapatoria. Es una señal de alerta para todos, alguien llegó a la redacción y en lo que atraviesas el pasillo sientes las miradas, ¿un intruso? posiblemente, ya saben de tu llegada, así lo disimulen. 

Como en una cárcel cuando las pesadas rejas metálicas se abren. Aunque este pasillo no suele ser tan largo y oscuro como en los penales, es corto y está iluminado con luz amarilla. Toda la redacción está iluminada con la misma luz: amarilla. Adivinen de qué color son las baldosas del piso, sí, amarillas. En la redacción de El Universal todo es amarillo... hasta el silencio.

Al llegar a tu sección testarán vigilando silenciosamente. Es como un experimento macabro para saber si te adaptarás o no. Ver qué haces, cómo reaccionas, a quién buscas conversación para pasar ese momento incómodo del recién llegado, el nuevo en la plantilla, mientras esperas que se desocupe tu lugar de trabajo. Para pasar este experimento, mientras menos ruido hagas mejor, la idea es pasar totalmente desapercibido, como si no estuvieras allí, inexistente, sin molestar ni hacer ruido. La gente en El Universal odia el ruido y más si viene de alguien que los provoca, tanto así que hasta los televisores siempre están muteados o apagados.

Ni se te ocurra alzar el tono de voz, o subir el volumen al televisor, mucho menos armar escándalo. En El Universal todo se habla en voz baja, casi susurrado al oído y si es posible utiliza el teléfono para decirle algo a tu compañero que lo tienes al frente, eso es mejor aun. Usar el teléfono es señal de que te adaptaste correctamente; es saber que entendiste las reglas y las cumples, es querer pertenecer a ese mundo silencioso. 

Las únicas con licencia para hablar en voz alta y gritar por teléfono son las jefas de sección, las Renata Adler del siglo 21.

La atmósfera en la redacción de El Universal es parecida al programa Preso en el extranjero de NatGeo. Una ves traspasada la puerta de vidrio, les perteneces. No se distingue el día de la noche porque los ventanales están cubiertos con papel ahumado y persianas bajadas por si acaso; cámaras pegadas al techo monitorean tus movimientos, no hay distracción posible, así se mantiene el eterno silencio.