Un sábado en el parque de mi edificio
estábamos Luís, Vicente, Jonatan, Ronald y yo. Jugábamos baloncesto, pero en un
instante cambiamos de juego, empezábamos a lanzarnos piedras unos a otros, el
por qué, no lo sé. El juego de arrojarnos piedras era sin la intención de
pegárnosla.
Yo me encontraba en un extremo de la cancha y Luís en el otro,
ambos de frente. Él me lanzó una piedra y yo pensando que iba directo hacia mí,
la esquivé lanzándome hacia mi izquierda. Luís lanzó la piedra a su derecha sin
intención de pegármela. Obviamente la piedra impacto en mi cabeza y el chorrero
de sangre inundó la cancha.
Él salió corriendo despavorido a socorrerme y para
parar la hemorragia que tenía en la cabeza se le ocurrió tomar un puñado de
tierra del suelo y colocarlo en la herida. Imagínense como quedó mi rostro
lleno de sangre mezclado con tierra, pero lo peor estaba por pasar, todos me
acompañaron a mi casa y tremendo susto que se llevaron mis padres, temieron lo
peor al verme. Mi rostro cubierto de tierra con sangre daría la impresión de
que un camión me pasó por encima. Me llevaron al hospital y luego que la
enfermera me lavara el rostro y ubicara la herida la angustia pasó.
No
necesitaba puntos de sutura, bastó con desinfectar la herida y colocar una gasa. La
enfermera también se alarmó cuando me vio, pensó que no podría ayudarme en el
estado que llegué. Yo nunca me vi al espejo pero el gran pegoste de sangre y
tierra que cubría mi cara parecía un maquillaje perfecto de película de terror.
Luego de salir del hospital y pasar el susto todos nos reunimos en la
cafetería. Luís al contar su “método” para parar hemorragias mi madre exclamó:
¡pero a quien se le ocurre echar tierra
que tiene microbios a una herida, más nunca se te ocurra hacer eso carajito!