El jueves 14 de agosto del año sesenta y nueve mí
compañero Andrés y yo presentamos el último examen del semestre, la verdad no
me importó si lo aprobaba o no, llevábamos dos años en Estados Unidos
intentando sacar un diplomado en ingeniería.
El viernes 15 unos amigos de la universidad nos
comentaron sobre un festival a dos horas de camino, en una granja de Bethel en
el estado de Nueva York. Nosotros hartos de tanto estudio decidimos desconectar
y la mejor manera era asistiendo a ese festival musical muy en particular que
anunciaban en la radio y en volantes pegados en las paredes de la universidad
que expresaban: “The Woodstock festival, 3 days of peace and music”. Aunque yo
no estaba muy animado en asistir, mi compañero me convenció de ir, él estaba
seguro de que ese festival iba a ser algo grande.
Al preguntar en la estación de bus nos dijeron que no
habían pasaje para ir hacia esa zona así caminamos hasta la carretera
principal. Rápidamente conseguimos trasporte, eran un grupo de 15 jóvenes que
venían de Kansas. A las dos horas ya estábamos en el sitio. No se podía caminar
de la multitud de personas en el lugar, empezó a llover, oscureció muy pronto.
La música se oía de lejos y la tarima se veía infinita, aunque los enormes
altavoces se visualizaban desde cualquier parte. Decidimos acampar cerca de una
charca. El dinero que teníamos no nos sirvió de nada, pues no existía sitio
donde comprar algún alimento. La cena la resolvimos con unos bocadillos que nos
dieron unos compañeros que llenos de barro disfrutaban felices en la charca.
El sábado 16 nuestra estadía mejoraba un poco, si a eso
contamos que solo dormimos un par de horas. Agua y galletas fue nuestro
desayuno. Nos adentramos más entre la multitud con la esperanza de acercarnos
más a la tarima y ver los grupos más de cerca, aunque confieso que no soy
aficionado a ningún genero musical. Esa misión fue imposible, una barrera
humana impedía el paso hacia el centro. En medio de nuestro ajetreo coincidimos
con unos compañeros de clases, terminados el día con ellos quienes amablemente
nos ofrecieron hospedaje en sus tiendas de campañas arruinadas por la lluvia y
el barro. Ellos nos comentaron de los cantantes y grupos presentes en el
festival, recuerdo que nos nombraron a Santana, Janis Joplin, Jimi Hendrix,
Jefferson Airplane, The Who, Grateful Dead,
entre otros. Ya para el domingo 17 nuestros cuerpos agotados no podían
levantarse, al ver a nuestro alrededor los compañeros se habían marchado. Nos
quedamos clavados como estacas en el barro, sin energías para caminar, era el
último día y pensamos en la idea de regresar, pero no sabíamos cómo,
esperaríamos al día siguiente.
El lunes 18 terminamos la faena con miles de personas
armando un simbolo de la paz con toda la basura que encontramos en el lugar,
mientras de fondo se escuchaba una melodía ecléctica, una melodía que
sintetizaba lo que había sido el festival, era la guitarra de Jimi Hendrix que
como una extensión del pensamiento emanaba su sinfonía de fraternidad, unión,
pacifismo y protesta. Fueron tres días que pasamos hambre, frío, con la ropa
mojada, pero todo el mundo nos ofreció comida y algo de abrigo. Sin saberlo mí
compañero y yo estuvimos presentes no en el mayor festival de música rock del
mundo, sino en la mayor demostración de solidaridad humana jamás lograda... eso
hace ya cuarenta años.
Getafe, marzo de 2009.
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